CUENTOS CORTOS PARA LEER EN CLASE O EN LA CASA

Hasta que la muerte nos separe

Ezra era un joven que vivía anticipándose a las pérdidas. Se había pasado la mitad de su infancia deseando que ese período no terminara, y el resto de su vida, añorando esos instantes de belleza y libertad. Su hermano Amos era absolutamente diferente, lo único que le importaba era el presente y vivía cada instante como si fuera el último.
Entre Amos y Ezra había una extrema conexión; tal es así que cuando eran pequeños solían incluso enfermar juntos. El primero en indisponerse siempre era Ezra y a los pocos días su hermano aparecía a con los exactos síntomas y era diagnosticado y tratado de la misma manera que él. Amos culpaba a Ezra por enfermarse y pasarle su mal; sin embargo, no había días que disfrutara más que aquéllos que transcurría encerrado junto a su hermano.
El tiempo pasó y las circunstancias provocaron que entre los hermanos se abriera un abismo. La muerte de los padres fue un detonante importante de aquella separación ya que a Ezra le costó mucho aceptarla y cada vez que se veían se echaba a llorar desconsoladamente como cuando era niño. Amos decidió que no podía seguir viéndolo porque tarde o temprano conseguiría que también él cayera en ese pozo oscuro del que Ezra no mostraba indicios de querer salir. Además, Amos pensó que si dejaba de ver a su hermano evitaría morir de joven, cosa a la que le tenía muchísimo miedo. Estaba convencido de que por la forma de ser de Ezra pronto enfermaría de algo grave y si él lo sabía, posiblemente desarrollaría la misma dolencia. Y si de algo estaba seguro era de no querer morir.
Amos no estaba tan equivocado; Ezra enfermó gravemente a los treinta años y debió someterse a dos largos años de tratamiento y sufrimiento, en la más absoluta soledad. Al regresar a su casa, el mismo día en el que le habían dado el alta, encontró un mensaje en el contestador de su teléfono: su hermano, Amos acababa de fallecer de la misma enfermedad que él había vencido.

(Cuentos anónimos. http://www.cuentosbreves.org/)

Abismos

Hacía semanas que no los oía. A Raúl le resultaba extraño que ya no estuvieran deambulando por el jardín los ratoncitos que durante todo el verano lo habían acunado con sus mínimos pasitos en la pared contra la que estaba acomodada su cama.
Se levantó de prisa asustado y descubrió que ya no quedaba ninguno; se habían marchado sin despedirse. Los días siguientes fueron tristes y solitarios para el niño y dejó de reír y de sonreír como solía hacerlo.
Cuando su madre le preguntó qué le ocurría, él le manifestó su tristeza por la ausencia de los ratoncitos. ‘Ni siquiera les había dicho lo especiales e importantes que eran para mí’, sollozaba convulsionado por la pena. ‘No te preocupes, ya volverán’, fue la tranquilizadora respuesta de su madre.
Efectivamente, los ratoncitos regresaron. Pero cuando lo hicieron, había pasado demasiado tiempo y Raúl no los recordaba: se había convertido en un joven apuesto al que ya no le interesaban los asuntos de la infancia, preocupado en volverse mayor.
Por mucho que los visitantes rascaron las paredes, Raúl no les prestó atención. Y continuó con su vida adolescente como si nada. En el fondo de su alma el hueco del abandonado sufrido en la infancia continuó horadando silenciosamente y todos sabemos que, tarde o temprano, volvería a cobrar protagonismo en su vida; porque el tiempo no cura las heridas.

Nahuel quiere cantar

‘¡Vete y no vengas más! La música no es para ti’. Al escuchar a su profesora Nahuel se puso muy triste y, completamente confundido y frustrado, abandonó la clase de canto. No hay nada más triste para un niño que oír de labios de un mayor en el que confía que justo lo único que desea hacer en su vida no es para él.
Por suerte, Nahuel era un niño muy seguro de sí mismo; y la negativa de su profesora de canto de seguir enseñándole le sirvió como impulso para buscar su propio camino. Le esperaban momentos de mucha desesperación que sabría enfrentar con todas sus energías. Comenzó escuchando todo lo que llegaba a sus manos y entrenando su oído con disciplina. Una tarde se dijo ‘si aprendemos a hablar imitando, ¿por qué no hacer lo mismo con la música?’ Así fue como empezó a imitar a sus cantantes favoritos. Pero tampoco conseguía demasiado con ello; podía imitarlos pero algo había en su voz que sonaba sumamente raro y descontrolado.

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Una tarde, mientras dejaba pasar el día sentado en el banco de un parque, se le acercó un joven que traía un inmenso armatoste en una mano, su contrabajo. Se pusieron a conversar; Nahuel no perdía un sólo momento para aprender más cosas relacionadas con el mundo de la música del que se sentía totalmente enamorado.
En un momento el joven le dijo ‘Tú tienes una voz maravillosa. Tu problema es que no confías en ti e intentas hacer lo que hacen otros; no dejas fluir tu propia voz. Sería bueno que tomaras clases para aprender cuestiones importantes respecto a la técnica, pero antes de ello tienes que encontrar tu voz’.
Desde ese día la vida de Nahuel cambió para siempre. Comenzó a soltarse y lo que encontró que era capaz de hacer con su voz lo dejó asombrado. Atrás había quedado ese día en que la profesora lo echó de la clase; pero no en vano.
Una tarde mientras ella disfrutaba de un concierto importante que se realizaba en su ciudad descubrió que Nahuel era uno de los cantantes principales. Al finalizar el concierto se le acercó y le pidió disculpas por haberlo tratado tan duramente aquella tarde. Nahuel ya había andado demasiado y se sentía a gusto consigo mismo; le dijo que lo sentía muchísimo pero que no la recordaba, ‘pero le agradezco que haya venido a verme’, le dijo. Y ella abandonó el teatro cabizbaja mientras él continuaba saludando a la gente y haciéndose fotos con el público.

El espejo del cofre

En uno de sus múltiples viajes, un mercader compró a un buhonero un pequeño espejo, un objeto que sus ojos jamás habían contemplado y le pareció algo sumamente extraordinario. A pesar de no conocer cómo debía utilizarse, se lo llevó muy contento para mostrárselo a su mujer.
Durante las largas jornadas del viaje de regreso a su hogar, descubrió en ese extraño objeto, la familiar figura de su difunto padre. Asustado por esta extraña presencia, decidió no contarle nada a su esposa y guardar el preciado retrato de su padre en uno de los baúles del desván.
Todos los días, desde que regresó de su viaje, subía al desván para contemplar a su padre. Cuando bajaba, siempre se mostraba entristecido y esquivo ante las preguntas de su mujer.
Harta de esta situación, subió al desván para descubrir el motivo de la tristeza de su marido. Tras rebuscar en las pertenencias de su esposo, encontró el retrato de una hermosa mujer. Muy enfadada ante el engaño del mercader, le echó en cara que la estaba engañando con otra mujer. Una acusación a la que su marido respondía con que la persona del baúl era su padre.
Tales eran los gritos que daban, que un monje se acercó hasta su hogar para medrar en la disputa. El matrimonio le contó el motivo de su discusión y cuando el monje subió al desván, lo único que encontró fue la efigie de un anciano monje zen.

Los Zapatos de la esquina

Bob era un muchacho demasiado rebelde y agitador, todos los profesores se quejaban de el, de sus palabras y conducta. Todos los días tenia que cumplir horas en detención por las cosas malas que hacía y lo peor de todo: Bob era un bully, un chico al que le encantaba burlarse de otros, hacer bromas de mal gusto e inclusive algunas veces golpear a otros compañeros que eran indefensos.
Sus padres atribuían su mala conducta al colegio, los maestros se la atribuían a sus padres, a Bob le daba lo mismo, disfrutaba burlarse de los demás en todo momento, tiraba las charolas de las manos de los alumnos, les ponía la zancadilla cada que podía, se burlaba de su forma de vestir e incluso de enfermedades que pudieran tener. Era una persona de muy mal corazón.
Caminando hacia su casa, después de salir de una detención un par de zapatos en una esquina llamaron su atención, no eran los más espectaculares que había visto en su vida, pero ¿qué importaba? Estaban abandonados en la calle, parecían nuevos y según su pensamiento, quien encuentra algo se lo queda. Al llegar a su casa decidió ponérselos para ir al cole en la mañana, no veía la hora de poder lanzar una patada o ponerle la zancadilla a alguien con sus nuevos zapatos.
El sol anunció la llegada de la mañana, Bob, muy entusiasmado se calzo los zapatos, le sorprendió mucho que fueran de su talla, eran perfectos. Bajo a desayunar sintiendo mucha emoción y se dirigió al cole. En el camino pudo sentir sus piernas temblando de la emoción, lo que le satisfacía en gran medida. A más de medio camino el temblor en sus piernas comenzaba a ser más notorio e incontrolable, como acto de magia sus pies se movieron de una forma divertida y apresurada. Cuando llegó a su salón de clases los alumnos no pudieron resistir una carcajada pues bailaba incontrolablemente y resultaba un espectáculo realmente gracioso.
Con cada hora que pasaba sus pies se movían más y más pasando de bailar polka a Flamenco en minutos, en cada salón que visitaba sus compañeros estallaban en carcajadas por sus graciosos movimientos. La noche llegó, Bob se sentía muy mal,  por fin había vivido en carne propia lo que significaba ser el sujeto de burla y no le gustó, al llegar a su habitación comenzó a llorar arrepintiéndose de todas las cosas malas que había hecho en contra de sus compañeros, para su sorpresa los zapatos fueron desapareciendo poco a poco y sus piernas comenzaron a responderle. Muy feliz con esto y aprendiendo su lección, decidió pedir disculpas a todos sus compañeros y profesores. Nunca se pregunto el origen de los zapatos, para el no más relevante que el hecho de haber cambiado como persona, ahora era un joven completamente diferente, se preocupaba por los demás y ayudaba de corazón a otras personas. Todo gracias a los zapatos de la esquina… ¿Quién sabe? Si hay un bully molestando quizás los zapatos aparezcan cuando menos se lo espere.