María Rosa Lojo, «Una poeta que escribe en prosa»

Entrevista de Axel Díaz Maimone

– ¿Cómo te iniciaste en la literatura, María Rosa?
– Me inicié en la literatura leyendo, naturalmente. Desde muy chiquita me fascinó la letra impresa, y tuve la suerte de contar con una abuela materna con tiempo y paciencia como para enseñarme a leer antes de ingresar a la escuela. Los libros me dieron siempre una gran felicidad. La vida se me ensanchaba e intensificaba gracias a ellos. Disfrutaba tanto leyendo, que a mi vez comencé a imaginar relatos y a desear escribirlos. Lo primero que hice fue intervenir en las historias que habían inventado otros: modificar o continuar novelas que me apasionaban, agregarles personajes, cambiarles el desenlace. Ése era uno de mis pasatiempos favoritos de niña lectora. De ahí a inventar historias exclusivamente mías había un paso, y en algún momento lo di… Así empezó mi saga de la familia Rosas-Mansilla, que produjo tres novelas: La pasión de los nómades (1994), La princesa federal (1998) y Una mujer de fin de siglo (1999). Nunca pude olvidar el impacto de “Los siete platos de arroz con leche”, de Lucio V. Mansilla, que leí a los catorce años, a tal punto que esa familia se fue convirtiendo para mí en otra especie de familia propia, paralela e imaginaria, con la que me tomé las más gratificantes libertades novelescas.

– Y, a los catorce años, ¿imaginabas que reescribirías la historia de la familia Rosas-Mansilla?
– No, claro que no. Me di cuenta muchos años más
tarde de que todos esos personajes de mis libros estaban explícitos o implícitos en la causerie “Los siete platos de arroz con leche”, de Lucio V. Mansilla, que, en efecto, leí con sorpresa y fascinación a los catorce.
La escena fue imborrable para mí: allá aparece Juan Manuel de Rosas, como un tipo raro y enigmático que le hace escuchar a su joven sobrino, recién llegado de un viaje a Europa y Oriente, un mensaje kilométrico que preparó para la Legislatura. Está a punto de caer y es consciente de su situación. Sabe lo que los demás piensan de él y lo que va a pasar. Pero igual hace gestos, para su sobrino y para la Historia. Además, con los siete platos de arroz con leche que acompañan la prolongada escucha y que Lucio termina comiendo maquinalmente, hasta casi reventar, le hace pagar a él (y a sus padres: su hermana Agustina, su cuñado Lucio Norberto) la insolencia de ese largo viaje que no contó con su beneplácito.
La que le trae los platos es Manuelita, que también sabe todo. Es como si estuvieran bordando en conjunto un gran tapiz, que recién va a cobrar sentido pleno en la memoria de Lucio muchos años más tarde. Y por supuesto, en mi memoria, donde germinaría en varias novelas. Toda esa escena, de alguna manera, es una adivinanza de resolución diferida que mis libros se proponen responder aunque, como siempre lo hace la literatura, terminan disparando más preguntas. Quién es Rosas, quién es su hija, qué papel juegan los dos en ese gran tablero de ajedrez de la Historia nacional, qué hilos están tendiendo hacia el porvenir, quién es Lucio V., destinado a ser, como su hermana Eduarda, un mediador entre mundos que discutirá, entre otras cosas, la dicotomía vertebradora de “civilización” y “barbarie”.

– La primera novela de la saga, La pasión de los nómades, plantea un retorno de Lucio V. Mansilla; la segunda, La princesa federal, muestra a Manuela Rosas desde un ángulo diferente del que propuso la historia oficial; y la tercera, Una mujer de fin de siglo, narra las peripecias de Eduarda Mansilla como alguien que “quiere existir por
mérito propio” más allá de los mandatos sociales de la época. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

Recuerdo que alguna vez hablaste de “escribir con ojos de libélula”, en alusión a la visión global necesaria para este tipo de trabajo.
– Lo de “escribir con ojos de libélula” alude metafóricamente a una mirada total, de 360 grados, multifocal y multiperspectiva. Ninguna de esas novelas que mencionaste está contada desde un solo ángulo. En La pasión de los nómades interactúan los relatos y las voces de Lucio V. Mansilla y de Rosaura dos Carballos.
La princesa federal plantea un “trenzado” cuyo eje se encuentra en el personaje de Gabriel Victorica, un joven médico al que se presenta como supuesto nieto de Bernardo Victorica, el antiguo jefe de policía de Rosas. Él une la voz actual de Manuela Rosas (una señora mayor en el presente de la acción, que vive en Inglaterra y a quien él va a entrevistar) y la voz escrita de Pedro de Angelis, cuyo diario secreto tiene entre manos, y que lo retrotrae a los tiempos en que Manuela y su padre estaban en el poder y de Angelis al servicio de ambos. Desde esos tres enfoques, cada lector armará su historia y su interpretación de la Historia.
También en Una mujer de fin de siglo hay tres hilos: tres personajes narradores en distintos momentos del tiempo. La primera es Eduarda Mansilla (1860), entonces una joven señora que viaja con sus hijos pequeños por los Estados Unidos, acompañada por el diplomático argentino Molina; la segunda voz es la de Alice Frinet, su secretaria francesa que la acompaña durante su estadía en Buenos Aires, en 1880. Y la tercera mirada (1900) corresponde a su hijo Daniel, con quien Eduarda tuvo una relación más cercana. Dejó testimonios muy importantes sobre su madre en sus memorias (Visto, oído y recordado) y probablemente fue, de toda la familia, el que mejor la comprendió y más la acompañó.
Una constante en mis novelas es lo que llamo “la mirada extranjera”. Siempre hay alguien de alguna manera
extrañado y descolocado, que pertenece y no pertenece al medio y al entorno sobre el que habla. Eso produce ficciones y revelaciones. Desautomatiza y desnaturaliza la percepción de lo que damos por sentado.

– ¿Cuándo te das cuenta de que lo que vas a escribir es un cuento o una novela?
– Hay algo muy decisivo que te coloca en el camino de la novela y es el interés de los personajes. Sábato decía -y tenía razón- que cuando hay un personaje que te apasiona, que ves todo lo que le podés sacar y todo el mundo que puede aparecer ahí, el mejor camino es la novela; pero si el interés pasa más por la condensación de la historia, tenés un cuento.
A veces empezás escribiendo un cuento y resulta que eso desemboca en un mundo novelesco. Me pasó con un libro que empecé con la idea de hacer una serie de cuentos encadenados, que tuvieran relación entre sí pero que no fueran imprescindibles para entenderse plenamente; y me terminó saliendo un universo más vinculado con la novela que con el cuento, por la estrecha relación que esos textos tienen entre sí. Es un libro un poco raro: hasta cierto punto se puede considerar como una especie de novela en rompecabezas, porque sólo uniendo todas las historias se tiene una visión completa. Pero más allá de ese caso en particular, creo que la diferencia pasa, sobre todo, por las posibilidades de las biografías de los personajes (que me llevan más a la novela que al cuento).

– Una vez que tenés en claro si la idea es para un cuento o una novela, ¿armás un esquema, hacés un plan de trabajo, o dejás que la escritura fluya naturalmente?
Bueno, las dos cosas están unidas. El plan, la trama,
es parte del texto, de cómo lo vas a contar. Entonces siempre hay planes (que se cumplen o no, después, porque son como andamios que se sacan y se cambian de lugar), preparativos, proyectos. Y, a medida que se va avanzando, se puede cambiar de dirección. Nunca soy rígida con respecto a eso, porque para mi la literatura es -sobre todo- un descubrimiento.

– Esa definición es lindísima, María Rosa.
– Sí, sí. Es un camino que no sé dónde va a terminar. Si no, ¿dónde estaría la creación? Si yo supiera de antemano dónde termina todo, no habría momento de creación. Y todo es una creación continua.

¿Cómo trabajás, desde la ficción, un personaje histórico real?
– Al entrar en la órbita novelesca los personajes históricos se convierten indefectiblemente en creaciones literarias, de una manera compleja.
Por un lado, el pacto de la novela histórica exige una verosimilitud básica: es decir, además de la coincidencia de nombres y apellidos, en el momento de producción de cada novela existe un cierto consenso historiográfico nuclear sobre la vida de un personaje y sus hechos notorios; muchas veces hay documentos e incluso escritos de conocimiento público producidos por estos personajes mismos. Eso indudablemente lo toman en cuenta los novelistas, para que los personajes con una referencia en el mundo empírico sean reconocidos como tales.
Pero, dado este material, la manera de trabajarlo es tan singular como cada escritor, que lo asume de diferente manera. Hay múltiples zonas abiertas a la conjetura, un vasto campo interpretativo y controversial. Toda el área de lo privado y de lo secreto. Por eso los autores exhuman documentos que nadie encontró (el diario de Pedro de Angelis, que desde luego es una invención mía), describen conversaciones que tampoco tuvieron lugar, juegan con lo onírico o hasta con lo maravilloso, yendo más allá de la novela puramente histórica (como La pasión de los nómades). El mundo lleno de grises, de los “por qué” y de los “cómo” sucedieron las cosas o se tomaron decisiones. La intimidad de los sentimientos, las zonas profundas de la experiencia humana. Todo ese campo nos queda a los novelistas.

– Y a los cuentistas. Muchos de tus cuentos también tienen que ver con personajes históricos. ¿Creés que hay alguna relación entre tus libros de cuentos y tus novelas?
– Bueno, es probable que siempre estemos escribiendo el mismo libro en diferentes versiones o aproximaciones y que la muerte nos sorprenda sin haberlo terminado, sin haber dicho del todo bien ni completamente aquello que veníamos a decir… Creo que en mis libros de cuentos, desde el primero, Marginales (de 1986), pasando por Historias Ocultas en la Recoleta (2000) y Amores insólitos (2001), hay una notoria continuidad; en los tres casos los cuentos condensan toda una vida desde un momento límite, marcado por la muerte o por el amor, o por ambas cosas. En los tres hay un cruce de la Historia y del Mito, muy a menudo para mostrar cómo el mito se quiebra y cómo, en la penuria de la Historia, en el cerco del tiempo donde habitamos y nos consumimos, no quedan ya respuestas.
En las novelas también sucede esto, con una particularidad. Nunca hay un solo protagonista. La primera novela (Canción perdida en Buenos Aires al Oeste, 1987) escrita seguramente bajo la fascinación de Faulkner, es un mosaico de varias voces. Y en todas las otras, desde La pasión de los nómades a Las Libres del Sur (2004) siempre hay por lo menos dos protagonistas en tácito diálogo, debate o contrapunto. Si hay acceso a alguna verdad posible sobre la condición humana, siempre es plural y siempre es fragmentario.

– María Rosa, vos publicaste varios libros de poemas. ¿Qué relación tenés con la poesía, actualmente?
– Siempre escribo desde la poesía, aunque no escriba estrictamente poesía. Creo que la poesía no es solamente un genero literario, sino la matriz de la literatura, y todo un enfoque del mundo. Una mirada que lee la realidad desde la profunda polisemia del símbolo, y que busca, para articularla, un lenguaje del que lo superfluo esté excluido, donde cada palabra sea imprescindible.
Siempre me he considerado una poeta que escribe en prosa. Me gusta mucho escribir en prosa, me gustan las historias y la narración, pero siempre va a ser una narración poética. Eso es como una marca de fábrica. La poesía está en el grado máximo de la sorpresa, del descubrimiento. La metáfora es eso: el descubrimiento de los vínculos secretos entre las cosas que no habían sido nombrados antes. Toda la buena literatura necesita asombrarnos, ir por un camino que no sea más de lo mismo, una manera de ver el mundo que aporte algo diferente.

– Eso está muy presente en toda tu obra, incluso en la narrativa.
– Así es. Para mí no hay literatura sin poesía, en tanto escribir es poner en el mundo algo antes inexistente: implica desacomodar, sorprender, cambiar de luz, con la herramienta del lenguaje. Y no es otra cosa la poesía sino desarmar los lugares comunes. Salir de ellos para encontrar el espacio de lo no dicho. No concibo la literatura sin ese movimiento en un sentido general.
Por otra parte, el lector atento de mis libros (como la investigadora Fabiana Varela, de la Universidad de Cuyo) podrá ver además cómo existe, puntualmente, una tensión en el mismo pacto narrativo. El discurso lírico se introduce allí abriendo ventanas, rupturas, intersticios. Las novelas a veces retoman poemas en prosa publicados antes. O bien, los anticipan. La matriz de la imagen visionaria está presente en ambas modalidades.

– Quiero hacerte una última pregunta, María Rosa. ¿Qué significa, para vos la literatura?
– Para mi es un modo de intensidad vital, de experiencia vital que no encuentro en ninguna otra cosa. Esa es la realidad. No me puedo imaginar un mundo en el que no exista la literatura. Hace poco pensaba en las definiciones posibles del amor, que tiene mucho que ver con esto: cuando vos amás a una persona no te podés imaginar un mundo en el que esa persona no esté, porque va a ser un mundo empobrecido. Lo mismo me pasa con la literatura, que es una actividad que me constituye: la necesito para ser yo, para construirme yo misma. No me imagino un mundo donde yo no ejerza esa actividad. El día que deje de interesarme leer y escribir, no sé si voy a estar viva.

Bibliografía de María Rosa Lojo

Novela
Canción perdida en Buenos Aires al Oeste. Editorial Torres Agüero, Buenos Aires, 1987.
La pasión de los nómades. Editorial Atlántida, Colección Voces del Plata, Buenos Aires, 1994.
La princesa federal. Editorial Planeta, Buenos Aires, 1998.
Una mujer de fin de siglo. Editorial Planeta, Buenos Aires, 1999.
Las Libres del Sur. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2004.
Finisterre. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2005.
Árbol de familia. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2010.
Todos éramos hijos. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2014.
Solo queda saltar. Loqueleo. Santillana. Buenos Aires, 2018.
Cuento
Marginales. Epsilon editora SRL, Buenos Aires, 1986.
Historias ocultas en la Recoleta. Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2000. Con Roberto Elissalde (investigación
histórica).
Amores insólitos de nuestra Historia, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2001.
Cuerpos resplandecientes. Santos populares argentinos, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2007.
Así los trata la muerte. Voces desde el cementerio de la Recoleta, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2021.
Poesía y microficción
Visiones. Editor Exposición Feria Internacional El libro – Del Autor al Lector, Argentina, 1984.
Forma oculta del mundo. Ediciones Último Reino, Buenos Aires, 1991.
Esperan la mañana verde. El Francotirador Ediciones, Buenos Aires, 1998.
Bosque de ojos. Microficción y poemas en prosa. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2011.
O Libro das Seniguais e do único Senigual. Editorial Galaxia, Vigo, 2010. Textos de María Rosa Lojo e imágenes de Leonor Beuter.
El libro de las Siniguales y del único Sinigual. Editorial Mar Maior, Buenos Aires, 2016.Textos de María Rosa Lojo e imágenes de Leonor Beuter.
Los brotes de esta tierra. Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2021.
Historias del cielo. New York Poetry Press. USA, 2022.

Ensayo e investigación
La ‘barbarie’ en la narrativa argentina (siglo XIX).Corregidor, Buenos Aires, 1994.
Sabato: en busca del original perdido. Corregidor, Buenos Aires, 1997.
Ediciones críticas
Lucía Miranda (1860), de Eduarda Mansilla. Edición crítica, introducción y notas de María Rosa Lojo y equipo. Madrid/Fráncfort del Meno: Iberoamericana/Vervuert, Colección Teci, 2007.
Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato. María Rosa Lojo coordinadora. Estudio filológico-genético y Nota filológica preliminar de Norma Carricaburo. Poitiers/ Córdoba; CRLA/Archivos de la UNESCO-Alción, 2008.
Diario de viaje a Oriente (1850-51) y otras crónicas del viaje oriental, de Lucio V. Mansilla. Edición crítica, introducción y notas de María Rosa Lojo (dirección) y equipo. Buenos Aires: Corregidor, colección EALA, XIX y XX, 2012.
Otras publicaciones
Cuentistas argentinos de fin de siglo. Vinciguerra, Buenos Aires, 1997.
El símbolo: poéticas, teorías, metatextos. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1997.
Los ‘gallegos’ en el imaginario argentino. Literatura, sainete, prensa. María Rosa Lojo (dir), con Mariana Guidotti y Ruy Farías. Fundación Pedro Barrié de la Maza, La Coruña, España, 2008.
Identidad y narración en carne viva. Cuerpo, género y espacio en la novela argentina (1980-2010). María Rosa Lojo y Michele Soriano dirs., María Rosa Lojo y María Laura Pérez Gras eds. Ediciones Universidad del Salvador.
Convenio entre Universidad del Salvador y Universidad de Toulouse II – Le Mirail, Buenos Aires, 2010.
Leopoldo Marechal y el canon del siglo XXI. María Rosa Lojo ed. y Enzo Cárcano coed. Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra (EUNSA), 2017.

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